martes, 10 de octubre de 2017
XIX. Una clase dividida
En la entrada de hoy os presento un documental que vimos en clase hace algunos días. Me refiero a Una clase dividida, lanzado en 1985. En él podemos ver el experimento que llevó a cabo la profesora Jane Elliot con sus alumnos de 8-9 años en una escuela de los Estados Unidos. Se propuso llevar a cabo este ejercicio de experimentación sobre la discriminación y los prejuicios al poco tiempo del asesinato de Martin Luther King.
Puedes verlo aquí en español.
En el mismo, la profesora divide a los alumnos en función del color de sus ojos: azules por un lado y marrones por el otro. Teniendo en cuenta esa diferencia, establece una serie de prejuicios que van a marcar el comportamiento de los niños: los de ojos azules son mejores que los otros y gozan de privilegios (repetir comida, recreo más largo, etc.) Estas pautas calan en seguida en la mente de los alumnos. Inmediatamente se separan y los que salen bien parados no tardan en hacer uso de su ventaja.
Al día siguiente la profesora invierte los roles y los niños de ojos marrones son los que gozan de un mejor reconocimiento en el aula.
Una vez todos los alumnos han experimentado lo que se siente en ambas posiciones del conflicto y a partir de las sensaciones generadas en el aula, la profesora pasa a explicar lo que es el racismo. 15 años después la profesora y los alumnos se reúnen de nuevo, ven el documental juntos y hablan sobre lo que experimentaron a lo largo de aquellas dos jornadas.
Cuando los roles se invierten, los alumnos de ojos marrones no tratan bien a sus compañeros, a sabiendas de lo que supone ser discriminado. Esto me hace pensar que sin fomentar la educación, las personas sacan su instinto más primitivo y no ejercitan la empatía. Se guían por el ojo por ojo. En relación a esto y como conclusión muy sencilla, creo que estas prácticas y ejercicios experimentales pueden dar mucho juego, tanto a la investigación como al proceso de enseñanza. Por ello creo que no estaría de más incluir actividades similares (en la medida de lo posible) a la rutina del aula.
Respecto a la pregunta ¿Qué valoración harías sobre tu capacidad (y sus límites éticos) para poder influir sobre los pensamientos, emociones y conductas de tus alumnos? entiendo que se trata de un tema sumamente delicado, pero creo que es necesario. ¿No se supone que los profesores somos un tipo de influencers y que se espera mucho de nosotros? Me parece bien que se incluyan las emociones y los pensamientos en situaciones como la descrita en el documental, pero siempre de manera acordada con el resto de profesores, con una larga tarea de reflexión y planificación para que salga bien la actividad. También sería idóneo introducir algún tipo de control de calidad de estas actividades en particular.
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